Morir ya no está de moda. Es algo primitivo. Lo que se lleva ahora es seguir vinculándose aun después de la muerte: a dispositivos, páginas web, a otras personas, a otras entidades… Con lucidez mordaz, Raquel Ferrández reflexiona al respecto en Inmortalidad digital, el libro sobre el que la entrevistamos a continuación.
Como recuerdas en la introducción, Inmortalidad digital se empezó titulando Omnilink. ¿En qué consiste y cómo se materializa la omnivinculación?
Creo que la idea de una humanidad «hiperconectada» no sirve ya para describir el momento en que nos encontramos culturalmente. En su lugar, hoy podemos vincularnos a todo y todos, desde cualquier lugar y en cualquier momento. A «todo» quiere decir no solo a otros humanos vivos que están lejos de nosotros, sino a seres históricos o legendarios (como el Buda o Moisés), a personas ya fallecidas que siguen «inmortalizadas» mediante chats o avatares, a seres directamente hechos de IA (como el fenómeno en auge de las parejas románticas IA que viven en nuestros dispositivos). Los objetos también se vinculan entre sí (nuestra cerradura o nuestra nevera se vinculan con nuestro smartphone, etc.). Los mundos de realidad virtual tridimensional solo amplían este espectro de vinculaciones que, obviamente, nos satura. Altera todas nuestras relaciones culturales y ritmos sociales.
¿Crees que las tecnologías de la omnivinculación tienen, al menos, una parte que es inherentemente negativa, o piensas que todo es cuestión del uso que se les dé?
Poco o nada depende de cómo lo use la persona a nivel individual. El problema actual en el diseño de las tecnologías digitales no es individual, sino sistémico. Plantear una solución individual señala que uno no advierte o no quiere advertir las dimensiones del problema. Los servicios digitales disponibles para ser consumidos por nosotros ya están diseñados siguiendo una serie de criterios que hacen muy difícil que nuestro uso personal los altere o modifique. La falacia de los tecno-optimistas es precisamente esta: animar a la población a desarrollar «virtudes» para navegar internet de forma «inteligente». Con esto se desplaza la responsabilidad del sector tecnológico a los usuarios. Es muy similar a lo que se hace en la industria de la autoayuda cuando los problemas sociales y colectivos se desplazan exclusivamente a los individuos.
Amor, muerte y soledad son los tres grandes temas que estudias en relación con las nuevas tecnologías. ¿En qué medida estas tratan de suplir carencias que van más allá de un match o un código QR en una lápida? ¿Piensas, incluso, que en lugar de resolver esas carencias las agravan?
Bueno, está claro que las tecnologías digitales afectan toda nuestra vida personal, social y cultural. La mediatizan y, al hacerlo, la alteran, la redirigen y la modifican. El problema es que dichas tecnologías están en manos de un oligopolio digital cuyo único fin es monetizarnos hasta la saciedad… y eso implica que toda nuestra vida personal, social y cultural se presta a ser manipulada por este entorno, guiada hacia direcciones que nada tienen que ver con nuestro propios deseos y nuestra propias metas vitales. Esto se ha dicho ya de muchas maneras, pero sigue siendo necesario insistir en ello, porque todavía hay investigadores que escriben sobre tecnologías digitales como si el colonialismo de los datos o el capitalismo de la vigilancia no existiera.
Una pregunta más sobre esas carencias (necesidad de amor, temor a la muerte, miedo a la soledad). ¿Crees que son atemporales, propias de la «condición humana», y que siempre van a existir, o piensas que son sobre todo el producto histórico de dinámicas específicas como las capitalistas?
Obviamente, el miedo a la soledad o el deseo de ser amados no ha necesitado de ninguna tecnología para existir. El problema, insisto, es cuando se mediatizan por una industria diseñada para generar adicción y cuyos intereses reales no coinciden con sus reclamos publicitarios. El tecnocapitalismo tiene su propia inercia y sus propias dinámicas… ahora mismo es obvio que están intentando que generemos datos continuamente. Esto ya lo advertían Ulises Mejías y Nick Couldry: el colonialismo de los datos se basa en la datificación de vidas humanas y continúa ejerciendo prácticas extractivas paralelas al colonialismo histórico. Una de las metas fundamentales es que tú generes datos constantemente, hasta para cosas tan sencillas como beber agua, caminar o dormir (para todo eso ya hay aplicaciones…). Y, por supuesto, la muerte también puede ser una fuente de beneficio económico, porque inmortalizado en la red puedes seguir siendo un cebo de vidas humanas que se continúan datificando a tu costa.
A muy grandes rasgos, ¿cómo dirías que se relacionan los problemas que suscita tu libro con la tradición del pensamiento occidental? ¿Nos puede dar soluciones o, por el contrario, ha sido la que progresiva y quizá inconscientemente nos ha llevado a ellos?
El tecno-capitalismo con el que ahora nos encontramos lidiando desde muchos frentes tiene su origen en dinámicas occidentales que han sido impuestas al resto del mundo. De hecho, muchos de los problemas principales que nos amenazan globalmente son resultado directo de estas dinámicas. Ahora buscamos paliarlas como si fueran «sesgos»; pero no necesitamos más éticas eurocéntricas para tapar agujeritos, necesitamos un transplante de ética y de mundo para resituarnos como provincia y cambiar el modo de relacionarnos con la vida en todas sus formas. El imperialismo y el colonialismo siguen siendo los causantes y los agravantes de la pobreza interminable, las continuas discriminaciones y desigualdades, las guerras y genocidios televisados a los que hoy asistimos perplejos. Nada de esto se va a resolver aplicando la misma ideología que los causó. Lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos y por el mundo es descolonizar nuestra mente, dejar de fabricar provincialismos para venderlos como si fuesen universales. Yo estoy convencida de que el futuro de la filosofía es anticolonial. Y que las estructuras coloniales que articulan la universidad han entrado en su decadencia y esto puede sentirse especialmente en el área de las humanidades. Va a tomar décadas y será un proceso largo, porque el viejo eurocentrismo se opone y hay muchísimo desconocimiento, muchísima endogamia epistémica, pero no hay vuelta atrás. Descolonizarse es un proceso largo que requiere colaboración, paciencia y humildad.
Eres especialista en filosofía india, y en Inmortalidad digital abundan las referencias a las tradiciones del yoga. ¿Crees que pueden aportarnos los cambios que necesitamos?
Bueno, el yoga en sus diversas tradiciones y en sus dos milenios de historia tiene una relación esencial con la muerte. El yoga es el conocimiento técnico que le permite al yogi adquirir longevidad, o bien escoger el momento de la muerte, o transitar bien hacia la muerte, tomar ciertas direcciones y evitar otras. De algún modo, especializarte en yoga implica especializarte en diversas formas de entender la muerte y la inmortalidad. Los transhumanistas en su web dicen que son los primeros en hablar de inmortalidad sin apelar a la reencarnación o a la resurrección en una vida eterna tras la muerte. Esto es falso. En el libro los invito a tomar en consideración a los haṭha yogis indios que los preceden en casi un milenio. Además, el desarrollo de poderes cognitivos y físicos es una de las consecuencias del yoga, y hay yogas que buscaban deliberadamente obtener estos poderes. Existió un gran debate en filosofía india sobre estos poderes. Hay filosofías que no los consideran a nivel epistémico, y otras que los defienden argumentadamente. Sus debates éticos en torno al uso y la regulación de estos poderes pueden ayudarnos a entender los debates éticos en tornos a los poderes tecnológicos.
Naturalmente, una cosa es la tradición filosófica india, y otra la realidad contemporánea del país. ¿Crees que la neurosis de la omnivinculación afecta igual a India que a los países de Europa o a Estados Unidos?
Creo que la omnivinculación es un fenómeno global que afecta al mundo entero, aunque de forma desigual. Tengo colegas en el mundo del yoga que están concienciados, pero la mayoría no lo están. He hablado con ellos respecto a estos bots IA que se basan en figuras como el Buda o Krishna. En el libro comento como hay templos de budismo zen en Japón que ya tienen sus propios robots sacerdotes, alguno incluso se presenta como la encarnación de figuras como Avalokiteśvara, y dan sermones en los templos. En fin, observo que hay voces que simplemente optan por aceptar lo que viene sin oponerse; mientras otros se hacen preguntas muy pertinentes al respecto e incluso otros se retiran de todo este entorno. Sri Aurobindo (1872-1950) ya lo decía a principios del siglo XX, respecto a la sociedad industrial de corte europeo, que estábamos perdiendo la libertad interior y cuando esta se perdiese la libertad exterior le seguiría rápidamente, dando lugar a un sometimiento más difícil de deshacer que el de cualquier gobierno autoritario que conocemos. Aurobindo supo ver con claridad que aceptar cualquier innovación técnica o tecnológica de forma acrítica, sin que venga acompañada de un debate social y reflexivo, era peligroso y nos condenaba al sometimiento.
Por último: ¿cuáles crees que son los desafíos planteados por las tecnologías de la omnivinculación que debemos afrontar con más urgencia?
Bueno, creo que las medidas preventivas de cara a las generaciones que ya están llegando y a las que vienen son importantes. Me refiero a regular el uso de las tecnologías en instituciones educativas, públicas y culturales. Debe haber educación digital desde el principio, por un lado, y una regulación jurídica para proteger a los ciudadanos, por el otro. Mientras toda esa arena social se mueve lentamente, nos queda apelar a la responsabilidad individual sin dejarnos desanimar. Es importante atender los espacios en los que nuestra mente se desenvuelve todos los días, los estímulos a los que estamos sometidos o de los que somos simplemente adictos. Y al observarlo tomar distancia y preguntarnos si eso se corresponde con lo que nosotros realmente queremos, con el modo en que queremos relacionarnos, pasar el tiempo, en fin, vivir nuestra vida. Porque tal vez no lo es y estemos siguiendo una mera inercia. Tal vez no podamos desconectarnos del modo en que nos gustaría, por razones laborales, afectivas, etc., pero siempre podemos hacernos estas preguntas y tomar ciertas decisiones al respecto. Ser fieles, en la medida de lo posible, al modo en que nos gustaría vivir y no traicionarnos.