Las sensibilidades actuales en torno a cuestiones sociales y políticas están cambiando. Fenómenos sociales como los movimientos Black Lives Matter o Me Too o la aparición de activistas influencers son prueba de ello. Las sociedades parecen ahora dividirse en “boomers” y “generación de cristal”. ¿Cómo hemos llegado a tal polarización? ¿Nos hemos vuelto demasiado sensibles?
Entre boomers y generación de cristal: la progresiva sensibilización del yo
¿Las sensaciones son asuntos puramente personales? ¿Dónde está el límite de lo que está permitido decir? ¿Están las víctimas más cerca de la verdad que las no-víctimas?
Estas son algunas de las preguntas que se plantea Svenja Flasspöhler en su nuevo libro, Sensible. Sobre la sensibilidad moderna y los límites de lo tolerable; preguntas a las que se hace imperativo que demos respuesta de alguna u otra forma, pues son las cuestiones que han puesto sobre la mesa los movimientos como Me Too o Black Lives Matter, los debates sobre lenguaje inclusivo, la lucha política por el reconocimiento de colectivos marginados, la difuminación de los límites de la propiedad intelectual en contenidos digitales y la apropiación cultural, así como los nuevos desafíos relacionados con la libertad de expresión que plantean inteligencias artificiales como Dall-e o Chat GPT.
Estos fenómenos sociales parecen haber polarizado la sociedad en dos grandes grupos, nos dice Svenja. Por un lado, los “copitos de nieve” serían aquellos jóvenes hipersensibles que llenan las filas de la llamada “generación de cristal”, preocupados por cuestiones sociales como la crisis climática, la hiperproducción y el consumismo capitalista, el sufrimiento animal en la industria alimentaria y la lucha en favor de los derechos de colectivos discriminados. Por otro lado, los “boomers” serían, en esencia, personas insensibles ante las preocupaciones sociales de estos jóvenes posmodernos.
«Mientras que unos dicen «¡Tampoco es para tanto, sois unos “copos de nieve” hipersensibles!», los otros responden: «¡Injuriáis e insultáis, vuestro lenguaje está manchado de sangre!». El efecto de este choque frontal es una erosión progresiva de la cultura democrática del discurso y la apertura de una brecha en mitad de la sociedad que apenas se puede cerrar ya».
La progresiva sensibilización como motor de adquisición de derechos
Para Svenja este síntoma característico de nuestro momento, esta creciente sensibilización de nuestros espacios de diálogo, «está indisolublemente asociado con la génesis del sujeto moderno: la progresiva sensibilización del yo y de la sociedad».
Svenja acomete la empresa de desmenuzar este fenómeno tanto anímico como social a partir ya no solo de la filosofía política sino también de la antropología y el psicoanálisis, empezando por profundizar en las nociones de víctima, violencia, experiencia interior, dolor y castigo a través de Freud, Foucault y Ernst Jünger:
Lo que llamamos «yo» se forma por la incesante interacción entre la vida instintiva y las leyes del mundo externo, lo cual significa que, cuanto más severas y refinadas sean las leyes, tanto más se modificará también en consecuencia el «aparato anímico»: se volverá más complejo y a la vez más sensible para las influencias externas, que él asumirá o bien tratará de rechazar para protegerse de sobrecargas.
Esta progresiva «sensibilización del yo» es el principal motor que ha dado lugar a la idea de la tenencia e inalienabilidad de derechos y nos ha permitido a lo largo de la historia ensanchar el abanico de subjetividades que los adquirían, pues agudiza la percepción de injusticias y vulneraciones. De hecho, la llamada «paradoja de Tocqueville», recoge la idea de que «cuanta mayor igualdad de derechos hay en las sociedades, tanto más se sensibilizan para las injusticias existentes y para las vulneraciones que estas causan». Es decir, cuanto más sensibles nos volvemos y más derechos recobramos, más se agudiza nuestra sensibilidad. ¿Es esta una característica inherente a nuestras democracias representativas?
Svenja pone el ejemplo de la resignificación del término “víctima” durante los años que siguieron a la Primer Guerra Mundial: «los heridos de guerra son contados por primera vez como “víctimas de guerra”. […] Desde ese momento es también víctima quien ha sobrevivido a la guerra pero le han quedado graves lesiones corporales o, justamente, trastornos psicológicos».
Colectivos discriminados y sujetos de derecho
El mismo proceso de resignificación ha eclosionado en la esfera pública a medida que se ha ido desplegando el inicio del siglo XXI: estamos viendo cómo cada vez más grupos activistas y partidos políticos demandan derechos para la comunidad LGBTQ+, cómo a los antiguos debates sobre desigualdad social por cuestión de género se han unido cuestiones de identidad sexual, raza y discapacidad.
«Movimientos globales como Black Lives Matter y Me Too, o en menor medida también la difusión de la solidaridad con la comunidad transgénero, serían impensables sin esta forma de sensibilidad.»
A partir de las demandas de la tercera y cuarta ola feminista, podemos ver tweets, pancartas en manifestaciones y titulares periodísticos que demandan la resignificación de términos como “feminismo”, “mujer” o “mujer discriminada” bajo el rótulo: «El feminismo será con las racializadas, las trans, les no binaries, las neurodivergentes, las psquiatrizadas, las discapacitadas, las putas o no será».
Hemos visto cómo los llamados “boomers”, por su parte, tratan de llevar a la absurdidad estas posiciones en entrevistas de televisión, podcasts, vídeos y memes que se hacen virales. Argumentan que las demandas de la generación de cristal hacen de cualquier colectivo un colectivo discriminado, crean nuevos conceptos para agrupar a identidades que ya de por sí estaban incluidas en los viejos términos –es decir, creando exclusión allí donde ya había inclusión– y, en última instancia, son incoherentes y contradictorias en sí mismas.
Cabe entonces preguntarse quiénes tienen derechos, ¿solamente los individuos o también los colectivos? ¿Es infinita la plasticidad de la noción de “derecho”, es decir, podemos hacer de cualquier agrupación o colectivo un sujeto de derecho? ¿Qué hacemos cuando los sujetos de derecho se solapan y sus sensibilidades y libertades compiten? Estas preguntas son especialmente relevantes teniendo en cuenta que hoy en día, principalmente en sociedades de cierto grado de bienestar, los derechos ya no son concebidos como derechos negativos, sino como derechos positivos que entrañan responsabilidades, asignación de recursos y medidas de acción política, es decir, entrañan participación activa e involucración tanto por parte del colectivo discriminado como del colectivo mayoritario.
La sensibilidad y la resiliencia, hermanas de los derechos
La autora en Sensible nos recuerda que, sin embargo, la adquisición de derechos no ha partido de un desarrollo indefinido de nuestra condición de seres sensibles, sino una combinación –una dialéctica histórica, en realidad– entre sensibilidad y resiliencia. No podemos prescindir de una ni de otra:
«Si, por otro lado, es cierto que el aumento de igualdad genera un aumento de la sensibilidad, entonces una sociedad funcional no puede reducirse a la tarea de evitar vulneraciones. Igual de fundamental debe ser el fortalecimiento intencionado de la fuerza de resistencia, que es esencial para el ejercicio de la autonomía»
Por lo tanto, ¿nos hemos vuelto demasiado sensibles? ¿Es el individuo quien debe hacerse más resistente o, por el contrario, es el mundo que lo rodea el que tiene que cambiar? Flasspöhler no defenderá ni una postura ni la otra, sino ambas, en consonancia: «es inadmisible una resiliencia absolutizada, porque la consecuencia de ella es que a uno le rebotan los derechos de los demás. Pero también es inadmisible una sensibilidad absolutizada, porque reduce a las personas a seres vulnerables que hay que proteger y que son incapaces de solucionar sus problemas por sí mismas».
Svenja demuestra, en definitiva, que la resiliencia –cualidad por antonomasia de los «boomers»– y la sensibilidad –cualidad de la generación de cristal– no son necesariamente opuestos: «la resiliencia no es la enemiga sino la hermana de la sensibilidad». La autora propone, por el contrario, hacer uso de nuestra sensibilidad para configurar una «etología del frío» y tratar de fortalecer nuestra resiliencia para poder hacer frente a los vaivenes del tiempo.
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