Judith Shklar en El liberalismo del miedo, publicado por primera vez en 1989, declara nuestro «miedo al miedo» como un motivo universalmente reconocible y central para el pensamiento político. Shklar propone un cambio de perspectiva radical con respecto al principio orgánico que debe motivar el pensamiento liberal y, en última instancia, urge al lector a hacer frente a las consecuencias teóricas y prácticas que debemos extraer de los horrores del siglo XX.
¿Es el liberalismo sinónimo de modernidad? ¿Es sinónimo de tolerancia? ¿Puede el miedo prescribir un curso de acción política? ¿Es posible materializar la libertad negativa?
¿En qué consiste el liberalismo del miedo de Judith Shklar?
En contraposición al liberalismo de los derechos naturales –que persigue la satisfacción de un «orden normativo preestablecido ideal» a través de determinadas garantías públicas– y al liberalismo del desarrollo personal –que concibe la libertad como un bien inherentemente provechoso para el desarrollo tanto del individuo como del colectivo–, la mónada que motiva el liberalismo del miedo de Judith Shklar es la posibilidad de ser objeto de abuso de poder, de ser víctima de un acto de crueldad y humillación por parte de una instancia de mayor poder coercitivo.
El pensamiento de Judith Shklar –esencialmente motivado por una profunda conciencia histórica horrorizada ante los actos de brutalidad del siglo XX– se basa en una primera intuición moral: la universalidad del miedo, por cuanto que es fisiológico. Se basa en el principio de que todo el mundo evitaría ser objeto de un acto de crueldad si pudiera. El objetivo central de la propuesta es erradicar tanto el miedo «que generan la arbitrariedad, los actos inesperados, innecesarios y no autorizados de la fuerza y los actos de crueldad y tortura habituales y generalizados», en la medida el miedo al miedo es la condición imposibilitante del ejercicio de la libertad.
Un cambio de perspectiva para el lector paradigmático del siglo XXI
La obra de Judith Shklar podría ser tildada tanto de excesiva como de insuficientemente relativista por el lector paradigmático del siglo XXI y la autora rebate de antemano ambas críticas en El liberalismo del miedo.
Por un lado, responde a la crítica por parte de los relativistas de que las pretensiones de exportabilidad de los preceptos liberales y la pretensión de hacer pasar los preceptos liberales como neutrales y no-prescriptivos es universalista, injustificada, «ahistórica y etnocéntrica». Por poner un ejemplo dentro del mismo círculo de familiaridad liberal, el filósofo estadounidense Richard Rorty extraerá directamente de Shklar la centralidad del miedo y los actos de crueldad y humillación para su definición de liberalismo y, sin embargo, no compartirá sus pretensiones de universalidad debido, según él, a la radical e insalvable contingencia de las comunidades lingüísticas y sus Weltanschauungen. Para Rorty, no es posible crear un metalenguaje desde el que juzgar los lenguajes y culturas de las diferentes comunidades. En definitiva, no puedes, dentro de un léxico, generar juicios sobre el propio léxico.
Por su parte, Shklar criticará el dogmatismo propio del relativismo que sacraliza unas prácticas locales no sometidas «a una revisión extratribal», reconciliando su intuición moral universal con el hecho de que «no tenemos ningún modo de saber si realmente disfrutan de sus cadenas».
Por otro lado, para un lector ya nacido en el siglo XXI la propuesta de Shklar podría ser tildada, por el contrario, de «monoteísta» o «reduccionista» en el sentido de que no solo construye su propuesta a partir del eje débiles-poderosos como unidades básicas políticas sino de que, además, centra su crítica en los abusos provenientes del Estado, pues es esta instancia central y coercitiva la que puede potencialmente suponer la mayor inseguridad para el individuo.
Sin embargo, en El liberalismo del miedo la autora también rebate estas críticas instando al lector a hacer frente, como lo hace el Angelus Novus benjaminiano, a las consecuencias teóricas y prácticas que debemos extraer de los actos de crueldad y violencia padecidos durante el siglo XX. Por todas estas razones, El liberalismo del miedo supone un toque de conciencia para el lector paradigmático del siglo XXI.
La prosa refrescante de Judith Shklar
Como Axel Honneth bien destaca en el prólogo del libro, la prosa de Shklar es especialmente incisiva y refrescante puesto que –como vemos tanto en El liberalismo del miedo como en Los rostros de la injusticia– a menudo prueba sus argumentos a través de «minuciosas descripciones de procesos históricos», a través de exposiciones de los «rasgos caracterológicos personales» de los diferentes actores políticos, en definitiva, a través de esas imágenes y correlatos históricos concretos que originalmente propiciaron las intuiciones morales de las que habla.
Con ello Shklar, por un lado, nos muestra cómo los principios políticos que adoptamos deben partir de un radical mucho más cercano y emocional del que las clásicas nociones del liberalismo nos podrían hacer creer y, por otro lado, prueba que no por ello no pueden estas intuiciones elevarse del radical y sugerir prescriptivamente cursos de acción política. En última instancia, Judith Shklar insta al lector a ponerse delante de esas imágenes y a tener la valentía de creer que la crueldad no es el mayor de los males de los que el ser humano puede ser tanto objeto como sujeto.
La brevedad y contundencia del ensayo El liberalismo del miedo de Judith Shklar hacen de este texto una lectura obligatoria para entender la vigencia que su propuesta liberal tiene hoy en día: