Sobre la libertad, de John Stuart Mill, fue publicado en 1859. En este ensayo el filósofo inglés reflexiona sobre la libertad del individuo, de su conciencia y pensamiento, pero también en relación a los demás miembros de la sociedad. ¿Deben ponerse límites a la libertad de expresión y de acción? ¿Es mejor estar convencido de tus propias opiniones o estar abierto a las críticas y a la retracción? Estas son algunas de las preguntas sobre la libertad que John Stuart Mill pone sobre la mesa en su ensayo filosófico y, si quieres conocer las respuestas, te invitamos a seguir leyendo.
La libertad social (o civil)
El concepto de libertad del que nos habla John Stuart Mill (1806-1873) no hace referencia al libre albedrío, sino que se trata de una libertad social o civil, es decir, ligada a «la naturaleza y los límites del poder que puede ejercer legítimamente la sociedad sobre el individuo». Mill desarrolló su filosofía en una época en la que la Revolución Industrial europea había acentuado los conflictos entre la libertad individual y el estado, cuya autoridad muchas veces sobrepasaba los límites mediante injustas represiones. A la hora de hablar de libertad social o civil, hay que tener en cuenta que Mill hace referencia al modelo de gobierno de la democracia representativa, pues era el contexto político en el que vivía.
Ante todo, debemos recordar que para el utilitarismo de Mill la felicidad es el objetivo último al que conducen todas las acciones del ser humano y que esta debe converger con la felicidad pública, el bienestar compartido. Con el fin de alcanzar dichas metas, debe regir la total libertad de pensamiento y de acción: ningún individuo ni grupo social, y ni siquiera el propio Gobierno, deben influir en el pensamiento ni en la acción de los demás.
Este es el principio básico de la libertad para John Stuart Mill. El primer derecho inviolable es la libertad de conciencia, tras el cual vendría la libertad de pensar y sentir sobre todas las materias, prácticas o especulativas, científicas, morales o religiosas. Junto a esta, está la libertad de expresión y finalmente de acción.
Si bien Mill defiende la total libertad de expresión de las propias opiniones, reconoce la necesidad de limitar la libertad de acción con el único objetivo de evitar el daño al prójimo. Por tanto, para el filósofo utilitarista la libertad individual acaba en el momento en el que interfiere con la libertad de los demás. Este es el compromiso requerido para una sociedad civilizada y democrática. De todos modos, los límites a la libertad de acción deben ser impuestos bajo circunstancias concretas y, en ningún caso, deben convertirse en prohibiciones generales.
«La única parte de la conducta de cada uno por la que él es responsable ante la sociedad es la que se refiere a los demás. En la parte que le concierne meramente a él, su independencia es, de derecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su cuerpo y espíritu, el individuo es soberano.» John Stuart Mill
Libertad de expresión y refutación
Junto a la libertad de expresión, Mill evidencia la importancia de la refutación y la discusión. Aunque un individuo esté convencido de su opinión o creencia, debe abrirse a escuchar otras opiniones, incluso las que contradicen la suya mostrando otro punto de vista. Negarse a ello implica una presunción de infalibilidad, pues significa pensar que se posee la verdad absoluta. Por este motivo, es igual de importante la libertad de expresión que la libertad a contradecir o desaprobar. Mill está completamente en contra del sectarismo al que se dirigen muchas opiniones, las cuales son defendidas con ímpetu ante todo aquel que piense de manera diferente, que es considerado un adversario contra el que se debe luchar.
A tal propósito, el filósofo inglés nos habla de dos grandes figuras que fueron víctimas de iniquidad judicial porque su forma de pensar iba a contracorriente respecto a la opinión pública de las sociedades en las que vivían. Nos referimos a Sócrates y Jesucristo: ambos fueron condenados a muerte porque sus compatriotas no aceptaron la posibilidad de abrirse a otros puntos de vistas.
La posibilidad de rectificar mediante la discusión y la experiencia no hace una persona menos inteligente o no merecedora de confianza; al contrario, es signo de un espíritu abierto. Precisamente, alguien que recibe las críticas con respeto, aprovechando lo que considere justo y aceptando sus equivocaciones, será más digno de confianza que una persona cuyas opiniones considera irrefutables y se niega a cualquier discusión.
Mill nos invita a tomar conciencia de que la única manera de acercarse al conocimiento total de un objeto (entendido como idea o concepto) es escuchar todas las opiniones acerca de este, para analizarlo desde todos los puntos de vista. Un claro ejemplo de persona abierta a escuchar opiniones contrarias es Cicerón, el gran orador de la Antigüedad, quien analizaba y estudiaba el caso de sus adversarios con la misma atención, o más, que el suyo propio.
«La peor ofensa de esta especie que puede ser cometida consiste en estigmatizar a los que sostienen la opinión contraria como hombre malos e inmorales.» John Stuart Mill
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