La pandemia por el virus COVID-19 nos ha hecho reencontrarnos de nuevo con la vulnerabilidad humana.
El virus, ha cogido por sorpresa a toda la humanidad al tratarse de un nuevo organismo con un alto grado de propagación, del que había falta de conocimiento y por ende, de un tratamiento curativo y preventivo, más el desabastecimiento de recursos sanitarios. Este virus, afectó a países económicamente y geográficamente dispares y, paralizó a todo el mundo repercutiendo así en todos los aspectos, no solo de salud, sino que también en el político, económico y social.
Toda crisis lleva a una reflexión y a un reencuentro con nuestra condición humana, que en este caso ha confrontado a nuestra era hedonista y nos ha puesto los pies a tierra una vez más. En nuestra sociedad enfocada en el individualismo, el materialismo y en la que nos creemos autonómicos y autosuficientes, la pandemia nos recuerda todo lo que intentamos minimizar en nuestra cultura: la vulnerabilidad.
El término “vulnerabilidad” es de origen latín y deriva de “vulnus” que significa “herida” y del sufijo “-abilis” que indica posibilidad, es decir, que puede ser herido. Según la definición de la Real Académica Española añade: que puede recibir lesión, física o moralmente. Es por eso, que esta palabra siempre ha tenido una connotación negativa al relacionarse con la fragilidad del ser humano y a la estrecha relación al dolor físico y emocional.
Los humanos somos vulnerables por naturaleza, desde que nacemos tenemos una infancia más prolongada e indefensa que la del resto de los seres vivos. Si es cierto que gracias a la comunidad reducimos drásticamente la supervivencia física, esto, de nuevo, nos hace vulnerables al evidenciar que necesitamos de los demás seres humanos y que somos totalmente inter-dependientes.
A lo largo de nuestras vidas hay experiencias que nos hacen recordar nuestra condición vulnerable: la enfermedad, accidentes y pérdidas de seres queridos hacen eco de nuestra propia vulnerabilidad. Sin embargo, ni el enfermo, ni el accidentado ni el fallecido es más ni menos vulnerable que uno, sino que a través de sus estados se nos expresa con una mayor fuerza esta condición antropológica.
No obstante, Miquel Seguró nos recuerda en su libro “Vulnerabilidad” que esta condición no solo tiene que ver con lo negativo, con nuestras imposibilidades, límites y fronteras sino que aceptarla, reconocerla y tomar conciencia de ella nos puede ayudar en nuestro día a día, ya que cotidianamente nos encontramos con ella. Miquel defiende que como seres vulnerables somos afectables y, como seres afectables, que afectamos y que nos afectan, también estamos abiertos a lo positivo: a la alegria, la solidaridad, la comunidad, la compasión, la reciprocidad y muchos más aspectos constructivos que nos afectan diariamente.
Ante esta experiencia y a pesar de la dificultad que se nos puede hacer sobrellevar nuestra vulnerabilidad, nos recuerda nuestra finitud y la incertidumbre del dinamismo de una vida que queremos controlar o asegurar, Seguró nos sitúa ante dos únicas opciones: o bien aceptarla y asumir lo que somos para potenciar lo positivo y usarla así como trampolín para ensanchar nuestra experiencia y aprender a convivir y a vivir mejor o reprimirla e ignorarla como si no fuera con nosotros.
Si bien hay que reconocer los daños que nos ha ocasionado mundialmente esta pandemia, también nos ha traído mucha reflexión y aprendizajes pues ha promovido muchos aspectos positivos desde la vulnerabilidad como condición humana con ejemplos de solidaridad, empatía y compasión, entre otros.
El reencuentro con esta vulnerabilidad como una realidad antropológica, ha sido, por tanto, un aspecto positivo de esta crisis mundial, al ser reconocida y compartida entre nosotros, los humanos. El altruismo y el sentido de comunidad han jugado papeles importantes en el momento de enfrentar esta difícil situación que no hubiera sido posible sin antes, aceptar y usar esta vulnerabilidad como nuestro trampolín a una mejor convivencia con nosotros y los demás.