El amor es el tema por excelencia del ser humano. De una forma u otra abarca nuestras vidas y la mayoría de las personas lo considera un aspecto fundamental para su propia felicidad. Al mismo tiempo, puede ser fuente de dolor y sufrimiento, en gran parte debido a mitos que se han establecido a lo largo de los siglos y que influencian nuestra forma de vivirlo. Hoy en día muchos rechazan todos los mitos del amor, pero ¿realmente son todos una creación del ser humano? A continuación desgranamos cinco mitos del amor con la ayuda de la psicología para revelar la evidencia científica detrás de su veracidad o falsedad y así poder entender cómo funciona nuestro cerebro cuando nos enamoramos.
El amor es adictivo
Las evidencias científicas nos demuestran que el amor puede considerarse a todos los efectos una adicción natural. El sentimiento de amor está conectado al sistema de recompensa de nuestro cerebro, un grupo de estructuras neuronales que son activadas por estímulos que nos provocan placer. En dicho sistema están implicados el área tegmental ventral, los núcleos accumbens y caudado y la dopamina; todos ellos son responsables de los procesos que intervienen en las adicciones, tanto de sustancias como comportamentales. En particular, la dopamina es su principal activador y la sustancia química que genera emociones cuales la excitación o la euforia, las mismas que sentimos cuando estamos enamorados: por este motivo, es conocida como la «droga del amor».
Si a nivel químico el amor funciona igual que una adicción, las fases que el sujeto atraviesa son las mismas por las que pasa un adicto. En nuestro imaginario y en las producciones culturales (música, literatura, cine) el amor romántico siempre parece provocar en la persona estados y comportamientos que son considerados extraños, como si la «víctima» del amor no se encontrase en su condición de mayor entendimiento y lucidez. Aunque a veces tales situaciones son caricaturizadas y romantizadas a un nivel extremo, tienen un fondo de verosimilitud.
Sobre todo en las primeras fases, el amor romántico funciona como un motor que se activa para satisfacer el objeto de tu deseo, en este caso, la persona amada. El mecanismo es exactamente el mismo que el provocado por el hambre, la sed y, por supuesto, las adicciones. Para conseguir nuestro objetivo, estamos dispuestos, aunque sea de manera inconsciente, a perder el control y actuar de forma diferente a como lo haríamos si no estuviésemos bajo los efectos de la «droga del amor».
En particular, las personas que han sido rechazadas o abandonadas son las que más se asemejan al perfil de un adicto. Normalmente se empieza con el deseo obsesivo de volver a conquistar a la persona amada. Asimismo, pueden manifestar cambios de personalidad, desde un cambio en el aspecto físico hasta en ámbitos más relevantes de su vida, como una mudanza o un cambio de trabajo. Otros estados que pueden sufrir son la ansiedad de separación y la distorsión de la realidad, es decir, crearse una visión de la relación y de los motivos de la ruptura que no corresponden a la verdad.
«El amor romántico es una de las sustancias más adictivas que existe sobre la tierra.» Helen Fisher
Si estás con alguien, no puedes sentir atracción por otra persona
Esta creencia provoca muchos conflictos y tensiones en las parejas, generalmente a raíz de los celos originados por la idea de que la persona que amas pueda fijarse en otra y sentirse atraída por ella. Este pensamiento, junto a los consiguientes celos, son el producto del miedo y la inseguridad hacia nosotros mismos que nos llevan a ser posesivos con la otra persona. A través de la ciencia podemos entender cómo funciona nuestro cerebro para abatir esos sentimientos de celos y desarrollar una relación más sana en la que no nos sintamos constantemente amenazados.
Helen Fisher, antropóloga y neurobióloga especializada en el amor, nos habla de tres circuitos cerebrales básicos: el impulso sexual, el amor romántico (o atracción) y el apego. Este mito está relacionado directamente con el primero, el cual no depende directamente del amor. De hecho, la excitación sexual se genera en una zona distinta al del amor, en el hipotálamo. Aunque algunas personas no puedan separar los dos aspectos, se trata de dos sistemas independientes con objetivos distintos. Mientras que el amor romántico y el apego se dirigen a una persona en concreto, el deseo sexual no está enfocado en nadie en particular.
Teniendo en cuenta que el concepto de fidelidad es una construcción social, consolidada por la institución del matrimonio, la pareja debe ser consciente de esta realidad que forma parte de nuestra condición biológica y decidir de mutuo acuerdo, según el tipo de compromiso deseado, si se mantiene una exclusividad sexual y afectiva y cuáles son las consecuencias si una de las dos partes rompe con esta.
Si ya no siento mariposas en el estómago, se acabó el amor
Como hemos explicado antes, el amor implica tres sistemas cerebrales distintos. Cuando expresamos nuestras emociones con la popular frase «siento mariposas en el estómago», nos estamos refiriendo al amor romántico, aquel motor que nos impulsa a pensar y desear una persona en concreto. Es en este momento cuando los niveles de dopamina se encuentran en su clímax, alimentados por el factor de novedad que trae consigo empezar una nueva relación. Obviamente, esta reacción química no puede mantenerse a largo plazo de forma constante y justo cuando el pico de dopamina empieza a descender, muchas parejas entran en crisis.
En realidad, solo es el final de la primera fase de una relación, la cual suele durar desde los seis meses hasta los primeros dos años. Que el amor romántico haya terminado no significa que no haya más espacio para el amor. Simplemente puede haber evolucionado a la fase de apego, más tranquila pero también más estable porque sentimos una profunda unión con nuestro pareja. El sentimiento de apego activa áreas más plásticas y flexibles del cerebro anterior, produciendo hormonas como la oxitocina y la vasopresina: la primera se libera gracias al contacto físico y es la responsable de que se refuercen los vínculos, la segunda tiene un papel central en las relaciones a largo plazo.
Por tanto, el amor romántico es el origen por el que todos pasamos en nuestras relaciones sentimentales, pero no debemos aferrarnos a él como única posibilidad de vivir una relación sentimental satisfactoria. Igualmente, una pareja estable puede aprovecharse de las reacciones químicas en las que interviene la dopamina provocando de manera activa situaciones y actividades novedosas. De este modo, se obliga a salir del círculo rutinario y reactiva aquellas emociones que sentía en las primeras fases de su relación.
El amor es ciego
La frase que popularizó Shakespeare expresa uno de los mitos del amor más famosos, pero también uno de los más peligrosos para la salud mental y física del que queda atrapado en él. Todas las últimas investigaciones apuntan a que no se trata solo de un dicho popular. A nivel cerebral, el amor desactiva los mecanismos responsables de las emociones valoradas negativamente, como el miedo y el juicio social. Por esta razón, estamos menos capacitados a detectar los atributos de nuestra pareja que consideraríamos desagradables si nuestro pensamiento crítico no estuviese alterado.
Partiendo de esta evidencia científica, debemos advertir de las consecuencias negativas que esta condición puede traer si nos dejamos llevar por la pasividad y la aceptamos como algo inevitable, sin solución posible. Como explican Marcelo Ceberio y Raquel Maresma en Cuando duele el amor, esta tendencia a la idealización del partenaire es más probable en el primer período de la relación y en el perfil del «necesitado», el cual crea una imagen ideal con la que poder vincularse y satisfacer sus propias necesidades.
Sin embargo, es fundamental evolucionar desde el amor ideal al amor real, en el que se aceptan las características que se consideran negativas o, en el caso de que estas sobrepasen los límites de nuestros valores, decidir romper la relación. En definitiva, podemos y debemos aprender a amar sin volvernos ciegos, manteniendo la perspectiva, siendo conscientes de las debilidades de la otra persona y tener claro que amar a alguien no significa sacrificarlo todo por ella.
El amor a primera vista existe
Cuántas películas románticas hemos visto en las que ocurre el «flechazo» entre los dos protagonistas, quienes acaban perdidamente enamorados en los primeros cinco minutos. Muchas personas defienden este mito alegando su propia experiencia, otras lo rechazan rotundamente. Pero, ¿qué ocurre realmente en nuestro cerebro?
Helen Fisher afirma que el amor a primera vista sí puede existir. Ella explica que el amor romántico es el producto de un sistema cerebral que puede ser activado en cualquier momento. Además, cada persona tiene un «mapa del amor», es decir, una lista con los requisitos o las preferencias que busca en una pareja ideal. Dicha lista puede ser consciente, pero algunas características pueden permanecer en nuestro sustrato inconsciente.
«Científicamente, el amor romántico puede considerarse un mecanismo de supervivencia. Y se puede activar de forma instantánea. Igual que el miedo.» Helen Fisher
Sin embargo, este discurso es válido solo para la fase del amor romántico. Para evolucionar a la fase de apego, se requiere más tiempo y paciencia; es un tipo de amor que crece a fuego lento mientras vamos conociendo mejor a la otra persona, tanto en sus virtudes como en sus defectos. Por tanto, si bien a nivel neurológico se ha demostrado que puede existir, no debemos caer en la creencia de que una relación amorosa solo deba nacer de esta forma y de que su parte más pasional sea el único índice de amor, como bien advierte la psicóloga Isabel Rovira Salvador.