A diferencia de los datos de mortalidad de otras realidades como los accidentes de tráfico o el cáncer, el número de muertes por suicidio persiste y siguen martillando las conciencias año tras año, especialmente en el contexto de la pandemia.
Autor del texto: Francisco Villar Cabeza, doctor en Psicología y psicólogo clínico especialista en suicidio en la infancia y la adolescencia.
El constante fracaso de reducir las cifras del suicidio puede deberse, en parte, a los diferentes mitos del suicidio que circulan dentro del saber popular y que dificultan u obstaculizan las estrategias de prevención del mismo. Entendemos como un mito del suicidio cualquier creencia que colabore a incrementar las muertes por suicidio. Uno de los muchos ejemplos identificados, tanto por la Organización Panamericana de Salud (OPS) como por la Organización Mundial de la Salud (OMS), es que “quien habla de suicidio no tiene la intención de cometerlo”. Es una frase famosa que todos hemos escuchado alguna vez, pero que los datos demuestran con contundencia su falsedad. Entonces, ¿por qué los perpetuamos?
La fuerza de los mitos reside en que ayudan a enfrentar y digerir situaciones de gran impacto emocional como la que vive ese interlocutor. “¿De verdad se quiere suicidar? ¿Lo hará? ¿Qué puedo hacer yo?” A través de este mito el interlocutor sale ileso, tranquilo y parcialmente liberado de la angustia propia que genera una realidad así.
Sin embargo, para la persona que expresa su desesperación, el mito le conduce a la desprotección, la soledad y el descrédito. Y si finalmente acaba muriendo por suicidio, ¿cuál será el precio a pagar para aquella persona que no escuchó? Se le ofreció la posibilidad de ayudar, pero actuó en base a una creencia generalizada, una verdad absoluta, un saber compartido culturalmente que es validado por los iguales y que orienta el comportamiento y las decisiones de una inmensa mayoría. Desgraciadamente, ese convencimiento era un mito: una creencia falsa e infundada que propició un desenlace fatal.
Antes de continuar con la lectura de esta entrada, y como ejercicio de autoevaluación os proponemos hacer el test: Rompiendo los mitos del suicidio, realizado por la plataforma Som360, para hacernos conscientes de cuántos de los mitos que desmontamos a continuación tenemos interiorizados como ciertos.
El cuestionamiento de los mitos del suicidio es un objetivo loable que nos concierne a todos, independientemente del eslabón que ocupemos en la sociedad. Para poder reconocerlos y combatirlos, Francisco Villar nos presenta cuatro creencias alrededor del suicidio que están identificados como mitos:
- Mito 1: Las personas que hablan del suicidio en realidad no lo cometen, el que de verdad lo quiere llevar a cabo no lo dice
- Mito 2: Si una persona está decidida a suicidarse, nada lo impedirá
- Mito 3: Hablar del suicidio es una mala idea, se puede interpretar como que se está incitando a la persona
- Mito 4: Solo las personas con trastornos mentales se suicidan
- Mito 5: Solo los psiquiatras y psicólogos pueden prevenir el suicidio
Mito 1: Las personas que hablan del suicidio en realidad no lo cometen, el que de verdad lo quiere llevar a cabo no lo dice
Llevar las cosas al extremo puede ayudar a valorar el error esencial de un planteamiento, enfrentándolo a su ridículo. Veamos un par de ejemplos: «Estoy muy tranquilo en el matrimonio porque mi pareja me ha dicho que se quiere separar, así que no lo hará». «Menos mal que el atracador me ha amenazado con dispararme, de otro modo estaría preocupado por que lo hiciera».
Una persona que nos dice que se quiere morir o que quiere matarse nos ha puesto en un conflicto total e ineludible, de la misma forma que nuestra pareja nos está diciendo que si la situación sigue así nos pedirá el divorcio, o que el atracador nos pone en la tesitura de darle nuestro dinero o bien arriesgar nuestra integridad física. No hay atajo, no hay escapatoria, no hay salida fácil.
¿Cómo enfrentar una situación tan angustiante sin los recursos necesarios? A partir de ese momento, una persona nos hace parcialmente corresponsables de su vida, no tanto del resultado final, pero sí de activar los medios posibles para evitarlo.
El saber popular nos ofrece recursos para sobrellevar la propia angustia de la mejor forma, y el más habitual de ellos consiste en un simple mensaje esperanzador o reconfortante: «Tranquilo, no lo va a hacer».
Si alguien dice que tiene la intención de acabar con su vida es que lo está contemplando de verdad, y en ese punto, cuanto antes se intervenga, mejor.
Toda decisión en la vida tiene sus tiempos, una persona reflexiona mucho ante una decisión como esa, pero la soledad, la tristeza, la angustia, en ocasiones no permiten a la persona valorar la situación de forma más real o asumible. Es cierto que la persona que es capaz de hablar sobre ello tiene más posibilidades de no acabar suicidándose, se está dejando ayudar, conserva cierta duda en su decisión, una duda que ha transmitido al otro. Entender esa comunicación como un criterio de menor riesgo es un funesto error. Esa comunicación únicamente se puede entender como una ventana de oportunidad para influir en esa errónea decisión.
Mito 2: Si una persona está decidida a suicidarse, nada lo impedirá
Las ganas de vivir de las personas que han sobrevivido a un intento de suicidio letal demuestran lo falso de esta creencia. Hablar de realidad o determinación son conceptos profundamente inapropiados dentro de las decisiones del ser humano. Todas las decisiones tienen un fuerte potencial de mutabilidad, hasta las más profundas. Toda decisión en la vida tiene que poder ser reversible y permeable al cambio, siempre determinadas por el dilema que las confronte.
Los ejemplos son innumerables: queremos pasar toda nuestra vida con alguien hasta que dejamos de estar enamorados, nos esforzamos por sacarnos una carrera para querer ejercer otra profesión al cabo de unos años o queremos el último modelo de móvil hasta que vemos el saldo de nuestra cuenta corriente a final de mes. Por muy teñidas emocionalmente que estén nuestras decisiones, prácticamente nada en la vida es inmutable. Estamos siempre llenos de contradicciones: Los fumadores fuman deseando dejar de fumar; las personas se estiran en el sofá deseando estar en forma. Casi nadie está completa e infinitamente determinado a nada en la vida. Nadie se suicida con un 100% de inamovible convencimiento, nadie vive con un 100% de inamovible convencimiento.
Lo primero que piensa una persona que se arroja al vacío con la intención de acabar con su vida es: «No debería haber saltado».
Las personas hacen intentos de suicidio o mueren por suicidio tras una leve inclinación de la balanza en un momento determinado. Como muy bien describe Simon Critchley, el primer pensamiento que tiene una persona al hacer un intento de suicidio es “quiero vivir”. Es una constante y no por eso menos impactante escuchar a un adolescente cómo, tras descolgarse de un lugar elevado, luchó con todas sus fuerzas para volver a subir, entrando en pánico al ser consciente de que ya no había marcha atrás.
Sería más cómodo pensar que si alguien está determinado a morir, nada podemos hacer para que contemple otras opciones. Si nada podemos hacer, ¿para qué intentarlo? La realidad es profundamente diferente.
El proceso de toma de decisiones que sustenta la convicción de morir es similar a cualquiera de las miles de decisiones que nos encontramos en la vida. Podemos entrar en debates filosóficos respecto a la “libertad individual” o a la “determinación de las circunstancias que nos rodean”, pero es muy difícil no aceptar la presencia de la ambivalencia en todas las decisiones de la vida, y esa es nuestra oportunidad.
Mito 3: Hablar del suicidio es una mala idea, se puede interpretar como que se está incitando a la persona
Este mito es también uno de los esenciales, uno de los importantes. No podemos ser muy críticos con él, ya que la idea de “no provocar lo que se pretende evitar” está orientada hacia una prudencia. Pero lo cierto es que los datos sobre suicidio demuestran que ser prudentes ante esta realidad está siendo demasiado arriesgado.
No existe una fórmula estándar sobre cómo intervenir cuando alguien habla sobre suicidio. Quizás mantener la calma, escuchar, ofrecer apoyo y animar a buscar ayuda es todo lo que se le exigiría a cualquier persona sin formación. Hablar del suicidio puede incitar al suicidio únicamente si se alienta a cometerlo, pero ofrecer un espacio seguro donde verbalizar sus ideas puede suponer un alivio para la persona y, en ocasiones, el detonante para recibir la ayuda necesaria.
Por el contrario, insistir y perpetuar el consejo de no hablar del suicidio, por liberador que pueda parecer para la sociedad, tiene un precio alto para la persona. El precio es la soledad de una persona que no ha elegido voluntariamente pensar en la muerte.
Hablar del suicidio no incita a la persona a suicidarse, al contario, le ofrece una tabla de salvación.
No perturbar nuestra paz con las tribulaciones de los demás es un deseo de la sociedad del individualismo imperante. En 1988, Black Box Recorder publicó la canción “Child Psychology: Life is unfair, kill yourself or get over it”. La vida es injusta, suicídate o supéralo, con el mensaje implícito “pero a mí déjame tranquilo”. La canción tiene un claro mensaje de superación, de motivación para seguir adelante.
Pero para el que no tiene fuerzas para arrancar la marcha o se ve incapaz de cambiar su situación, ese mensaje, malentendido, puede ser devastador. Y más si no tiene a nadie con quien hablar y ver que en la vida hay muchos momentos en los que nos podemos sentir desesperados y que no pasa nada por ello. Que, si no nos vemos con fuerzas para superar un problema, solo tenemos que descansar para hacer acopio de ellas y volver a intentarlo. Pero para ello tiene que poder abrirse una línea de diálogo sobre el suicidio.
Mito 4: Solo las personas con trastornos mentales se suicidan
A diferencia del resto de mitos, que son en esencia falsos, este tiene su parte de verdad. Aun así, tomar la parte por el todo puede entrañar sus riesgos. Veamos los riesgos:
El primero es que sigue justificando la inacción de la sociedad, o al menos de todos aquellos que no son profesionales de la salud mental. Favorece que la sociedad siga mirando hacia otro lado al pensar que el suicidio es un problema únicamente de las personas con trastornos mentales y que, por lo tanto, solo los psicólogos o psiquiatras pueden hacer algo.
El segundo es que permite o fomenta la falsa sensación de seguridad de “ni a mí ni a los míos nos va a pasar porque solo les ocurre a personas con trastornos mentales”.
Este planteamiento no hace más que sumar un estigma a otro estigma: suicidio y trastornos mentales. Al suicida lo señalan como un trastornado mental, y a la persona que sufre un trastorno mental lo llaman suicida; unas afirmaciones profundamente injustas.
Entrando en la parte que es cierta, los profesionales de salud mental se ocupan del sufrimiento psíquico de las personas en todas sus formas, tanto las que se adscriben en un trastorno mental como las que no. El dolor, especialmente cuando es intenso y vivido con desesperanza, es el elemento esencial del suicidio.
El suicidio es más frecuente entre las personas que padecen trastornos mentales que entre la población general, pero no es exclusivo de ellas y esto es especialmente cierto en la infancia y la adolescencia.
Por lo tanto, aunque se puede afirmar que la conducta suicida es parte de lo que define un cuadro depresivo, ninguna clasificación internacional reconoce como el suicidio como una enfermedad o trastorno en sí mismo. Si te interesa continuar investigando sobre este tema te recomendamos leer la entrevista de Filco a Adriana Alzate: «Tratar el suicidio como locura invisibiliza el sufrimiento social»
Prevenir la depresión, los trastornos alimenticios, psicóticos o de la personalidad solo ayudará a prevenir los suicidios relacionados con cada uno de ellos, pero no con todos. De este modo, la prevención del suicidio no puede equipararse o absorberse en un plan de prevención de la depresión, ya que el suicidio es una realidad mucho más amplia y compleja.
Mito 5: Solo los psiquiatras y psicólogos pueden prevenir el suicidio
Si todos los niveles de prevención del suicidio dependieran de los profesionales de salud mental, quizás el suicidio ya no sería la primera causa de muerte en jóvenes, pero la realidad dista mucho de eso.
Los profesionales que se dedican al tratamiento y prevención de la conducta suicida son muy conscientes de las limitaciones de cualquier abordaje que no sea global y no implique a multitud de agentes sociales y comunitarios. Lo que mejor refleja esta realidad es que, en el ámbito hospitalario, siempre se llega tarde. Cuando los profesionales atienden a los chicos estos ya han realizado intento de suicidio y el único objetivo que se puede trabajar en ese momento es que no lo vuelvan a intentar. La aspiración a intervenir antes de que sea necesario un hospital solo puede hacerse realidad con la implicación de los agentes sociales que están cerca de los chicos, lejos del hospital.
Los mitos respecto al suicidio tienen la función de ayudar a tolerar la angustia que genera la muerte voluntaria del otro. Especialmente cuando no se entiende ni se está de acuerdo con ella. Ante la impotencia de no saber qué hacer percibimos un desasosiego que debe ser gestionado, y esa es la función de los mitos, tranquilizar a los testigos voluntarios e involuntarios del sufrimiento que transmite la persona que está en una crisis suicida, o ayudar a gestionar la infinita culpa que deja el que se ha ido.
Los profesionales de la salud mental tienen que ocuparse del tratamiento del suicidio una vez ha aparecido. Pero la prevención es cosa de todos.
La concienciación contra los mitos, se basa fundamentalmente en desnudar a la sociedad, en quitarle el falso cobijo que la protege de la incesante lluvia de fallecimientos. El objetivo es denunciar la cruda realidad de los mitos, que no es otra que, mientras los testigos consiguen cierta calma («No hay nada que se pueda hacer… por lo tanto, no soy responsable de que no se haga nada…»), la persona en crisis suicida paga esa calma del otro al precio de una profunda soledad, abandono y exclusión.
Mientras la sociedad no aprenda a acompañar a la persona que sufre hasta el extremo de plantearse acabar con su propia vida, los mitos perdurarán, pues resultan de utilidad. Los mitos son, por tanto, solo el síntoma, el reflejo de la incapacidad, de la inmadurez de la sociedad de afrontar una realidad tan dura como el suicidio, más aún en la infancia y la adolescencia.